¿Te has sentido alguna vez desmotivado por un error en la danza? ¿Te han hecho sentir mal por una equivocación en la coreografía? ¡No te preocupes! Los errores son parte del aprendizaje, y en la danza, como en la vida, son oportunidades para crecer y evolucionar.
Los errores en la danza, como en la vida, son inevitables. Son tropiezos que nos hacen caer, pero también son oportunidades para levantarnos con más fuerza y sabiduría. Son lecciones que nos enseñan a ser más humildes, más pacientes y más perseverantes.
En lugar de avergonzarnos de nuestras cicatrices, debemos celebrarlas. Son pruebas de nuestra experiencia, de nuestro crecimiento, de nuestra capacidad para superar obstáculos. Son marcas que nos hacen únicos, que nos distinguen del resto.
Pero las cicatrices en la danza no solo provienen de errores internos, sino también de un enemigo externo: el maltrato. Las críticas despiadadas, los insultos, las humillaciones… estas palabras hirientes pueden dejar marcas profundas en nuestro espíritu. Sin embargo, no podemos permitir que estas marcas opaquen nuestro brillo.
Debemos enfrentar el maltrato con valentía y determinación. Debemos establecer límites claros con aquellos que nos lastiman, haciéndoles saber que su comportamiento no es aceptable. Debemos buscar apoyo en personas que nos comprendan y nos ayuden a sanar. Y si es necesario, debemos denunciar el maltrato para protegernos a nosotros mismos y a otros.
La danza debe ser un espacio de expresión libre, de crecimiento personal y de respeto mutuo. No podemos permitir que el maltrato robe nuestra pasión ni apague nuestra luz. Somos artistas, no víctimas.
Bailamos con las cicatrices de nuestros errores y del maltrato, no como marcas de vergüenza, sino como símbolos de nuestra resiliencia. Bailamos transformando el dolor en arte, convirtiendo las experiencias negativas en oportunidades de crecimiento.
Porque la danza no se trata de perfección, sino de autenticidad, de pasión y de la fuerza para seguir bailando, incluso cuando la vida nos hace caer.
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